La facilidad y la gran oferta de apuestas que hay para jugar en la ciudad, provoca que esta enfermedad del juego compulsivo esté haciendo estragos en las familias gualeguaychuenses por el endeudamiento excesivo y empobrecimiento.
Es el mediodía de un día de un lunes, la ciudad a esa hora se ve agitada de personas que van a buscar sus hijos a la Escuela, corren para llegar a tiempo al banco o al trabajo.
Pero otro grupo de gente, de todas las clases sociales hacen cola sobre calle San Martín en la puerta del casino y se muestran impacientes. Son las 12:01 y la gente comienza a ponerse nerviosa, las puertas de la sala de juego de tragamonedas ya tendría que estar abierta, la sala trabaja de corrido de 12: a 04 de la mañana. Parece que pasó una eternidad cuando una mujer vuelve a mirar la hora en su celular, son las 12:03 y las puertas siguen cerradas, e impacientes comienzan a golpear el vidrio para que abran.
El policía de guardia, finalmente abre y la gente se avalancha hasta una de las 155 máquina tragamonedas y con billete en mano comienza a jugar frente a los tragamonedas, el intenso ruido, y el rodillo virtual de la máquina que muestra las diferentes figuras. “Los tragamonedas no es más que hacer negocio con la pobreza”, dice un empleado del IAFAS.
El casino debe ser uno de los pocos lugares de la ciudad donde todas las clases sociales conviven al mismo tiempo, porque el juego no respeta ni edad, ni sexo ni condición social. La oferta de apuesta en los tragamonedas es variada, arranca desde líneas de apuesta de 0,2 centavos hasta 100 pesos.
“La velocidad del juego es lo peligroso, hace dos años una persona con 100 pesos tenía que ir la ventanilla, comprar los cospeles y tal vez estaba una hora jugando, pero ahora la máquina acepta el billete y es en esa velocidad donde conlleva a la gente a incrementar su endeudamiento más rápido, porque cien pesos pueden desaparecer en minutos”, comenta un trabajador del casino.
El 70 por ciento de las personas que van a jugar en los juegos electrónicos son mujeres y el horario pico es de las 20:00 a las 2 de la mañana.
Así es un día en el casino de Gualeguaychú donde el Estado y una empresa privada se reparten la jugosa ganancia mitad y mitad.
En la sala de juego, se debe diferenciar dos tipos de jugadores, el jugador social que va con fines recreativos y el jugador ludópata aquel que comienza a jugar compulsivamente, hasta llegar a un endeudamiento extremo, poner en peligro la vida de su familia, llegar a prostituirse para seguir jugando y hasta dejar a su hijo al cuidado de un cuidacoches de calle San Martín, para ingresar a jugar al casino.
“El juego te lleva a la locura, a la reja o a la muerte” enseñan los grupos que trabajan con familiares de ludópatas como Jugadores Anónimos (JA) y Juganon. Estos grupos funciona todos los lunes a las 20:30 en la Parroquia Nuestra Señora de Lujan en 3 de Caballería y Av. Rocamora intentan ayudar a los ludópatas.
Los enfermos recuperados, tienen la tutela espiritual del padre José María Aguilar y fue el primero en funcionar en la provincia. Comenzó sus actividades el 12 de abril de 2009, al ser creado por Gustavo y Roberto dos personas que pudieron escapar de lo que ellos definieron como un “autentico infierno”.
Ya hace más de dos años que funciona el JA y han pasado 120 personas en busca de ayuda, ellos no pueden cuantificar la magnitud de una enfermedad que es imperceptible para los ojos de los familiares, pero aseguran que los casos de jugadores compulsivos van en aumento en nuestra ciudad.
Para el psicoanálisis, la ludopatía se encierra en las patologías del vació. Los pacientes describen sentir un “vacío”, intentando explicar con ello una sensación de falta de algo, una necesidad emocional no satisfecha que se experimenta como una oquedad interior que debe ser cubierta. Ello provoca un sentimiento de insatisfacción que se intenta “llenar” de diversas maneras: con comida, drogas, alcohol o puede desencadenarse en el juego, lo que generalmente brinda una gratificación pasajera que ayuda a manejar esta sensación. Sin embargo, luego este aliciente desaparece rápidamente, acompañado, en la mayoría de ocasiones, de remordimiento y culpa por la conducta realizada.
Esto puede repetirse de manera compulsiva reduciendo el malestar a corto plazo pero sin cambiar el fondo del problema, porque en realidad el ludópata no es más que un enfermo depresivo.
Es muy difícil que un adicto reconozca su adicción porque es la adicción la que tapa el vacío y si se saca esa tapa, queda el vacío expuesto y es allí donde vienen las catástrofes como el suicidio.
“Yo vivía en Concepción del Uruguay, luego con mi mujer nos mudamos a Gualeguaychú y sentí el desarraigo”, comenta Gustavo uno de los fundadores del JA local. “Para poder reconocerte como enfermo, siempre tiene que estar la ayuda de la familia, solo nunca se podrá salir”, agregó.
“En cualquier aducción que se tenga, se pueden ver los síntomas, pero en el juego cabalgamos sobre la mentira”, explica Roberto otros de los integrantes del grupo.
“Siempre ponemos un pretexto para decir que no podemos ir a tal parte, para poder escapar de las obligaciones e ir a jugar, mientras tanto el tiempo transcurre y te vas hipotecando.
El primer síntoma de la enfermedad que puede advertir la familia es el endeudamiento excesivo, cuando se llegó hasta esto es el final, porque la deuda te genera más ganas de jugar”, dijo Gustavo.
Se pierde la noción del tiempo, de la gente que lo rodea y el carácter comienza a cambiar, todo lo irrita, todo aquello que obstaculice poder ir a jugar es una pesadilla para el jugador.
“La persona es feliz estando allí adentro en el casino, yo llegué a mentir a mi familia por estar allí adentro, uno cree que está bien, que los problemas se terminaron”, recuerda Roberto.
“Lo que no se ve de esto son las muertes ocultas, hay suicidios que se dan en nuestra ciudad que están relacionados con el juego y lo viví en mi barrio con un vecino que nunca se lo vio jugar aquí pero si se recorrió la provincia jugando”, remarcó.
Preocupación del Obispado Eran tan dramático los casos que se dieron a conocer en estos dos años de funcionamiento de los JA, que hasta el mismo obispo monseñor, Jorge Lozano, fue un día al casino a recorrerlo para ver desde adentro lo que pasaba con la gente.
Nuevamente el Obispado se preocupó cuando en mayo de este año, la empresa a Giocomovile que en un proyecto planeaba invertir 30 millones de dólares en un complejo hotelero en el ex Frigorífico de Gualeguaychú, en donde contemplaba dentro del paquete la construcción de un casino.
A poco de haberse dado a publicidad el proyecto el mismo Obispado de Gualeguaychú, presentó una nota al HCD alertando sobre las consecuencias de incrementar la oferta del juego de azar en nuestra ciudad, que está causando “graves consecuencias personales, familiares y sociales”, destacó.
“El Estado debe garantizar la protección intelectual de la familia. Quien se apasiona en el juego puede arriesgar y perder aquello que pertenece también a sus conyugue y a sus hijos”, menciona la nota enviada al HCD por la Confederación Episcopal Argentina a través del Obispado de nuestra ciudad.
Pero a Giocomovile, como otras empresas similares que operan en la provincia lo avala la Ley provincial de Turismo sancionada en diciembre de 2009, que permite la explotación del juego en manos de privados, y para este tipo de empresas la incorporación de un casino dentro de un complejo inmobiliario de semejante envergadura, es una de las maneras más rápidas de recuperar la inversión. No obstante el proyecto de Gicomovile fue archivado al no haber reunido toda la documentación requerida por el municipio.
El Prevenjuego En agosto de 2007 el IAFAS lanzó el sistema Prevenjuego. La iniciativa fue implementada por el Instituto de Ayuda Financiera a la Acción Social en las 40 salas de la provincia para brindar apoyo y orientación, al tiempo que contempla la constitución de grupos de ayuda mutua conformados por personas afectadas, familiares y amigos.
El sistema propone que a partir de la identificación de jugadores compulsivos dentro de la sala se les brinde orientación a través de los mismos empleados de la sala quienes se acercan a los jugadores y con una palmada en la espalda le dicen “por hoy fue suficiente”.
En general, quienes ingresan al programa experimentan severas pérdidas económicas y afectivas: de soledad y de mucha angustia, pero todo puede resolverse desde el momento en que el jugador reconoce que está enfermo y es justamente este paso el más difícil de dar por el jugador y provoca que el Prevenjuego sea casi inútil para prevenir la ludopatía.
El sistema trabaja sobre la autoexclusión del jugador, pero se ha dado casos de personas que se disfrazan para no ser reconocidas e ingresar a jugar o como sucedió en el casino local, según cuenta la asociación de Jugadores Anónimos, que una de las personas que iba al grupo, pese a haberse autoexcluido ingresaba igual cuando no estaba de turno el guardia que lo reconocía en la puerta como jugador compulsivo.
La decisión de pedir ayuda debe ser por voluntad propia del jugador, la empresa no puede imponérselo, pero si se le puede pedir a la persona la posibilidad de ayudarlo.
A los jugadores que piden la autoexclusión, se le hace una ficha con los datos personales, se les toma una foto y luego se eleva esa información al IAFAS para que quede en el banco de datos del Instituto, que luego posibilitará a las demás salas de la provincia a negarle el ingreso por un año.
No obstante, el control es relativo, porque cuando alguien ingresa a la sala no se le exige documentación por lo que muchos, en su compulsión y avidez por jugar, se disfrazan, se tiñen o se cortan el pelo y muchas veces consiguen burlar la vigilancia en las demás salas de la provincia.
Las historias
“Conocí el casino accidentalmente. Luego de una peña de un viernes, me invitaron a ir a la sala de juegos y me gustó, luego fui una o dos veces con mi mujer y al poco tiempo comencé a ir solo a los tragamonedas”, recuerda Gustavo.
Para seguir jugando comenzó a sacarle tiempo a sus otras actividades, mentía en el trabajo y en la casa para desentenderse de sus obligaciones e ir a jugar, fue una compulsión que le duró casi tres años.
“En mi casa los dos trabajamos y yo manejaba las finanzas, era el encargado de pagar los servicios al tener más tiempo libre a la mañana, y no pasó mucho tiempo para que comenzara a faltar el dinero. Un día gracias a un amigo que me ayudó a darme cuenta de lo que me pasaba, finalmente acudimos a buscar ayuda y es así como un lunes después de Pascua comenzamos a trabajar junto al padre Aguilar”.
Gustavo remarcó que fue un proceso duro al principio, “pero me di cuenta que estaba enfermo y que lo más importante es lo afectivo”.
Desde entonces Gustavo no maneja dinero en su casa. “Para nosotros manejar dinero es como tener cerca alcohol para la persona que es alcohólica. Esta decisión fue dura al principio pero es la mejor opción”. La historia de Roberto tiene un comienzo similar a la de Gustavo. Era un hombre perfeccionista, eficiente en su trabajo, no faltó nunca en diez años seguidos, familiero, amante del deporte y jamás en su vida había pisado el casino.
“Un día al terminar una reunión gremial me invitaron a ir al casino, fui, entré, me gustó y volví para jugar en los juegos de paño. Mi familia no se daba cuenta porque no veían nada extraño en mí, pero llegó un momento que hasta me molestaba estar en familia, quería seguir corriendo a apostar, luego comencé a pedirle dinero a los prestamistas y la presión llegó a ser insostenible y ya a lo último había planificado irme de esta vida”.
A Roberto lo salvó su esposa e hijos, y hoy ya lleva seis años sin jugar, pero nunca más volvió a ser el que era antes. “Mi mujer nunca me reprochó nada, esto es una enfermedad y me lo hizo entender, mis hijos me seguían a donde iba y hasta llegaron a entrar al casino para sacarme”, recuerda.
“Estaba loco y llegaron a inyectarme por una crisis nerviosa, me quería matar, estaba en un estado depresivo total, el juego me puso de rodillas. Fue mi familia, el padre Aguilar y el grupo de Jugadores Anónimos el que me salvó la vida. Cuando llegaba el padre a mi casa le pedía que quería estar con otro hermano que me cuente cómo es que llegué a esto, ya va a llegar, me decía el padre”.
Un día entró por una de las dos puertas de acceso de la casa de Roberto el padre José María y le dijo: “Hola buen día te traigo una buena noticia, hay un muchacho que te esta esperando, cuando salí era él, Gustavo, hoy mi gran hermano. Ese día lloré mucho. Era lo que yo quería y hoy se que el último lugar al que voy a dejar de ir va a ser el grupo”.
Juntos mantienen a raya la enfermedad y poco a poco, lograron recomponer sus afectos, y están saliendo de las deudas que el juego les generó.
“Camino por la calle y comerciantes que me reconocen que yo estuve enfermo me dicen podes hacer algo para salvar a mi hermana. No hay curas milagrosas para esto nosotros vivimos el día a día”, dijo Roberto. Todos los lunes, Roberto y Gustavo reciben a nuevas personas afectadas y hasta matrimonio que van en busca de poder liberarse del infierno cotidiano que le generó el juego compulsivo.
Fuente: www.diarioelargentino.com.ar
One Comment
marta noemi marioni
Felicitaciones para Gustavo y mucha fuerza para seguir avanzando!!!!!!!!!!!!!!! Yo etoy en la misma situación que Gustavo,lo reconosco,pero desde que perdi mi hijo esa fue una escapatoria.Hoy hay dias que no tengo una moneda,mi esposo tambien se sumo a este calvario no tanto como yo pero una ves por semana me acompaña,ya no se que hacer para salir!!!!!!!!!!!!!! esto es un calvario……