En los últimos años, bandas rivales ajustan cuentas a la luz del día en busca de controlar el negocio de la droga.
En el club juvenil Wittenburg, en el centro de Amsterdam, se celebraban un curso de cocina y clases de kickboxing. Era una jornada más en una asociación de barrio pensada para reforzar la unión vecinal. Pero hacia las siete dos hombres armados, cubiertos con pasamontañas, irrumpieron en el centro llamando a gritos a un tal Gianni. Los menores, sus profesores y varias madres se tiraron al suelo. Con gran nerviosismo, los encapuchados dispararon indiscriminadamente antes de huir en un coche robado. Dejaron un rastro de sangre y miedo: Mohamed Bouchikhi, de 17 años, yacía muerto; Gianni, de 19, al que los sicarios buscaban sin conocerlo, resultó malherido. Fue el segundo asesinato registrado allí en los tres últimos meses, en un área de arquitectura de vanguardia, de pronto escenario de asaltos inusitados.
La policía apunta a que la mayor parte de los ajustes de cuentas entre bandas de diverso origen étnico son por el tráfico de drogas. «Ha sido un tema tabú hasta ahora, a pesar de que el crimen organizado ajusta cuentas a tiros a plena luz del día. En los últimos 30 años, además, los pequeños traficantes holandeses se han convertido en grandes inversores en
inmuebles. En definitiva, estos son los rasgos de un narcoestado», sostiene Jan Struijs, presidente del Sindicato de Policía. Lo afirma con la misma contundencia en el informe que ha presentado al gobierno, después de entrevistar a unos 400 inspectores. Un trabajo donde Struijs, que conoce bien la calle -ha sido comisario y director de la Academia de Policía pide 2000 agentes más para combatir el crimen organizado: «Holanda es un país seguro, pero hace una década un asesinato por encargo costaba 50.000 euros y el pistolero era un profesional adulto. Ahora cuesta 5000 euros y el autor es un menor. Suelen provenir de familias rotas, y sus ídolos son tipos al volante de un cochazo que finge ocuparse de ellos y les asegura que tendrán dinero y estatus», afirma Struijs.
inmuebles. En definitiva, estos son los rasgos de un narcoestado», sostiene Jan Struijs, presidente del Sindicato de Policía. Lo afirma con la misma contundencia en el informe que ha presentado al gobierno, después de entrevistar a unos 400 inspectores. Un trabajo donde Struijs, que conoce bien la calle -ha sido comisario y director de la Academia de Policía pide 2000 agentes más para combatir el crimen organizado: «Holanda es un país seguro, pero hace una década un asesinato por encargo costaba 50.000 euros y el pistolero era un profesional adulto. Ahora cuesta 5000 euros y el autor es un menor. Suelen provenir de familias rotas, y sus ídolos son tipos al volante de un cochazo que finge ocuparse de ellos y les asegura que tendrán dinero y estatus», afirma Struijs.
El treintañero Safoan Mokhtari ha estado en ambos lados. De joven tuvo roces con la policía. Ahora es asistente social y trabaja con los chicos de origen marroquí para evitar que se dediquen al delito. También es artista y rapero, y asegura que las calles han cambiado. «Se ha perdido el control social y el respeto por los padres. Es un poco como el salvaje oeste. Suele faltar el padre y la madre no puede con ellos. Los míos siempre me apoyaron, por eso les digo que tienen otras opciones; por duros que sean la pobreza y el rechazo», asegura.
La actual espiral de violencia en el país comenzó en 2012, en el puerto belga de Amberes. Un cargamento de 200 kilos de cocaína fue robado y acabó enfrentando a dos grupos rivales, uno de origen antillano y otro marroquí. Los dos se englobaban bajo el nombre de Mocro Mafia. «Desde entonces se han estado matando entre ellos. Ya hay más de 20 muertos. Hoy puede decirse que hay dos cabezas, y ambas están en la cárcel. Son Naoufal F. y Benaouf A., y muchos grupúsculos», dice Mick van Wely, del diario De Telegraaf.
Se señala al puerto de Rotterdam como el lugar por donde entran toda clase de drogas. Por su posición geográfica e infraestructura, Holanda es el lugar ideal para distribuirlas al resto de Europa. La guerra subterránea por el control de este negocio puede acabar en más derramamiento de sangre. «Desde la guerra de los Balcanes las armas son muy fáciles de conseguir», dice Struijs. El especialista propone ser blando con los usuarios de hachís, que podría venderse en las tiendas permitidas por el Estado, y duro con los productores y el crimen organizado.