El concepto de juego está relacionado al aprendizaje y desarrollo de habilidades sociales. A través del juego ponemos a prueba nuestras capacidades, nos superamos y nos permite respetar las reglas. Los niños aprenden a sociabilizar, a compartir y a respetar los límites. Esta descripción se ajusta al juego lúdico, diferenciándose de esta manera el juego patológico o el juego de riesgo. Cuando entran en escena el azar y la posibilidad de apostar, otros mecanismos lúdicos que nos presentan conductas problemáticas, estaríamos en presencia de la ludopatía. En este contexto el rol de nuestras habilidades se reemplaza por el azar y la probabilidad, responsables de que ganemos o perdamos, y es allí cuando comienza el problema.
Recientes estudios revelan la delgada línea que separa al juego lúdico de la ludopatía, y cómo los adolescentes con el acceso a los juegos online quedan expuestos. Cada año son más jóvenes los adictos a los juegos de azar. La aparición de diversas apps junto a los lugares de ocio destinados solamente a las apuestas, han plagado las formas de entretenimiento cuyos riesgos son importantes cuando no son regulados.
El juego compulsivo se inicia generalmente en la adolescencia, aunque puede ser también antes o después, y se pasa de unas primeras apuestas a una falta de control total. En su comienzo, un primer estadio, está asociado a la fase de ganancia en donde solamente existen resultados positivos para el jugador y con ello, una euforia no contenida. Tras la ganancia viene la pérdida, el jugador ve que a veces pierde, lo cual, le genera un impulso no controlado, le crea ansiedad porque debe conseguir dinero para regular la fase anterior y así sucesivamente. Cuando se agota el dinero comienza la irritabilidad, la mentira y la desesperación que les lleva a tener actos compulsivos.
En algunos casos, los hábitos de juego se adquieren en el entorno más cercano, así como el perfil adictivo del adolescente que es conductual.
Es necesario confirmar si detrás del juego compulsivo, existen situaciones maníacas, posteriormente depresivas; conductas impulsivas y por tanto la problemática personal y psicológica que esconde el adolescente cuando comienza a practicar esta afición que le genera dinero.
¿Quiénes son propensos a ser adictos al juego? Los adolescentes con algún problema de base, niños conflictivos o con falta de recursos y poca habilidad social, personas que llevan estilos de vida disfuncional y relaciones familiares con problemas de comunicación. Problemas de roles, jerarquías, o alguna otra variante dentro de la funcionalidad familiar alienta a uno de sus miembros, por lo general al más vulnerable a generar dependencias o adicciones.
Factores que propician dicha adicción son las 24 horas de conexión a internet, la falta de filtros, de regulación, de tiempos y la nomofobia (fobia a olvidarse el celular en casa) que se adquieren en los años anteriores, son una realidad que arrastra a la población más joven. Los adolescentes pueden caer en la trampa de los juegos de azar mediante el teléfono celular y luego engancharse a la vida real para experimentar qué significa ganar de verdad siendo ellos los protagonistas. Basta con acudir cuando sean mayores de edad a un bingo o a un casino.
Del ocio a la adicción hay un paso y un gran número de jóvenes conocen o han conocido, los juegos de azar, gracias a su teléfono celular.
La incapacidad para controlar el deseo de apostar y ganar debe tratarse de forma integral con un apoyo multidisciplinar tanto de psicólogo, psiquiatra como de la familia.
La eficacia de una terapia cognitivo conductual, así como el tratamiento de base que ha generado la adicción debe tratarse en cuanto la familia lo note. Actuar a tiempo es necesario para controlar que no vaya más lejos y sea un problema que arrastre décadas.