Poco más del 40% de los liceales que prueban marihuana quedan «enganchados». Muchos la creen inocua, pero lo cierto es que uno de cada 7,5 usuarios tiene un alto riesgo para su salud.
«Pintó probar faso». No hay respuesta más común entre los liceales uruguayos para responder por qué experimentaron la marihuana. «Quería sentir cómo era». «Tenía curiosidad». Esta última es la palabra clave, la que explica el 76,5% de estos casos; tres de cuatro. Nada de presiones de amigos (17,5%) o el querer «evadirse» de la realidad (3,3%), expresiones más trilladas y temidas por los padres que sustentadas en la realidad.«El viaje es terrible goce». «Está bueno el pegue». Esta es la principal motivación para aquellos que de experimentar pasaron a consumir regularmente. El 75% lo hace para buscar el efecto: relajación, hilaridad, alteraciones sensoriales y temporales, desinhibición. Hay otra respuesta presente en el 12,9% de los consumidores: «El faso es sano».
Este enfoque cualitativo y cuantitativo sobre las razones de la experimentación y el consumo de marihuana, investigadas a fondo por primera vez en Uruguay, surgieron del informe Sobre ruidos y nueces, consumo de drogas legales e ilegales en la adolescencia, de la Junta Nacional de Drogas (JND), presentado el pasado 20 de octubre. Sin embargo, los datos sobre esta sustancia pasaron casi inadvertidos, pese a ocupar dos de los cinco capítulos del trabajo, eclipsados por la preocupante ingesta de alcohol entre los estudiantes de la enseñanza media: uno de cada tres se emborracha cada 15 días. Es que ésta es la mayor preocupación actual para las autoridades.
Jugando con el título, los redactores de ese trabajo señalaron que mientras con el alcohol hay «muchos ruidos y muchas nueces», con la marihuana hay «muchas nueces y poco ruido» a la hora de «discutir seriamente sobre el consumo de marihuana en los adolescentes»
Hay varios puntos que ese informe señala como preocupantes. La marihuana sigue siendo aquí la droga ilegal más consumida: uno de cada seis liceales la ha probado (16,2%). Tiene una alta capacidad de «enganchar»: aproximadamente dos de cada cinco estudiantes que experimentan pasan a ser usuarios habituales (6,8%). Además, y esto es otra novedad de este estudio, uno de cada 7,5 adolescentes que han fumado durante el último año tienen un alto riesgo de sufrir problemas asociados con esta sustancia.«No son nada menores estos datos», subraya el sociólogo Héctor Suárez, responsable del Observatorio Uruguayo de Drogas (OUD), coordinador de este estudio. El «alto riesgo» significa que estos jóvenes son más proclives a padecer alteraciones respiratorias severas (incluyendo cáncer al pulmón), problemas de memoria y concentración, síndrome amotivacional, e inclusive episodios de depresión y hasta de violencia.Según Suárez, este informe debería ser tomado en cuenta cuando se reavive el debate parlamentario por la legalización de la marihuana. «Queda claro que para esta población (liceal), esto significa un peligro». Y para mayor preocupación todavía, resalta que este estudio fue realizado entre adolescentes escolarizados, los menos vulnerables.A mayor precocidad, consumo en tiempo y frecuencia, mayor riesgo. La mitad de los que fuman a diario ya son considerados casos en alto riesgo, según el estudio. Y hoy el 42% experimentaron con marihuana antes de los 15 años.Para Julio Calzada, sociólogo y secretario general de la JND, el inicio del consumo de esta sustancia (14,8 años de edad promedio) es una de las facetas más preocupantes de esta sustancia. «Ahí el adolescente no tiene una estructura de personalidad totalmente definida».
El hecho de que en la gran mayoría de los casos no se llegue a un cuadro de consumo problemático -esto también lo admite el estudio- contribuye a la percepción de bajo riesgo que tiene la marihuana. Es posible que en aquella respuesta presente en uno de cada ocho de liceales consumidores -«El faso es sano»- esté buena parte de la clave. «Hay una liviandad y una banalización del tema de esta sustancia que no tiene razón de ser», señala Suárez. Más en tiempos de la pasta base de cocaína (PBC), mucho más tóxica, más adictiva y más vinculada a lo delictivo. Se puede decir, y los expertos así lo admiten, que un porro hoy tiene algo así como «buena prensa».Al respecto, Sobre ruidos y nueces… revela un dato llamativo. Ya se indicó que dos de cada cinco que experimentan con marihuana se vuelven consumidores habituales. Pero con la pasta base, considerada en su irrupción como un monstruo de siete cabezas, solo uno de cada seis que prueban quedan enganchados. ¿Esto significa el fin de un mito? ¿El porro resultó ser más adictivo que la lata?
Rotundamente no. Para los expertos, esto tiene que ver con la población objeto de este estudio y, nuevamente, con la «buena prensa» o creencia de una supuesta inocuidad de la marihuana. «Entre los liceales la prevalencia de la pasta base es muy baja (solo un 1,3% afirma haberla probado). El sistema educativo sirve como un factor de protección», señala Héctor Suárez. Eso sí, en adolescentes no escolarizados, o sea en situación de mayor vulnerabilidad, el consumo de PBC se multiplica por diez y el de marihuana por tres, según datos de 2006 (los más recientes). «Hay gente que prueba la pasta base una vez y la deja, sobre todo por miedo», dice el psiquiatra Fredy da Silva, director del Centro de Tratamiento y Rehabilitación para las Adicciones de la Asociación Española. La marihuana no genera esa clase de miedo, y eso también puede confundir.
Efectos.
La hoja verde de nueve puntas se ha convertido en todo el mundo en bandera de organizaciones sociales que claman por el autocultivo y en musa de artistas. Su uso con fines terapéuticos ha contribuido también a que tenga buena imagen. Tanto, que muchos expertos han tenido que alertar lo obvio: la marihuana no es inocua.«La marihuana tiene efectos orgánicos y físicos que por lo general no se comunican a la gente», señala Da Silva. «Tiene 400 compuestos orgánicos, de los cuales unos 100 son cancerígenos. A nivel del bronquio, es mucho más tóxica que el tabaco. En el mundo se maneja que un porro equivale a 14 cigarrillos. También produce trastornos hormonales, una leve taquicardia y problemas de memoria».
En casos más extremos, lleva a alteración de la conciencia, sopor, falta de motivación o de concentración, sensación de paranoia o de estar «en otra». La caricatura del «fumeta» tiene su base en la realidad: un tipo apático, imposible para un diálogo, casi inmóvil o, por el contrario, insoportable y ultraparanoico, presto a reaccionar mal ante cualquier cosa que considere una interpelación. Hay quienes pueden consumir sin que esto les altere su vida, así como dejarla sin problemas. Pero en aquellos que ya tienen una patología psiquiátrica, sea esquizofrenia, depresión o trastorno bipolar, fumar un porro sería como echar nafta sobre un incendio.
El informe también analizó los motivos del 83,8% de los liceales que nunca probaron marihuana. La respuesta más común pasa por la convicción del daño que provoca a la salud (35,6%), afirmación contraria a esa de «el faso no te hace nada». Un 29% dice rechazar los efectos que genera la sustancia, que ellos mismos ven en sus compañeros consumidores (el estereotipo del «fumeta» es el peor agente de marketing que tiene esta sustancia). Y así como las malas influencias de «la barra» no son tan importantes a la hora de dar la primera pitada, las advertencias en el hogar tampoco parecen serlo al momento de decir que no: solo un 10,9% de quienes no han fumado porro lo justificaron por la «educación familiar».
Da Silva está de acuerdo con que de las drogas ilegales la marihuana sería la menos perjudicial, pero eso de lo «menos malo» no le convence. «Es como que te pregunten qué tipo de cáncer querés tener».
Aún así, indica que los consumidores no delinquen para obtener la sustancia, que no hay algo así como muertes por sobredosis de marihuana («Aunque jamás me subiría a un taxi donde un chofer se haya fumado tres porros»), que los episodios de violencia no son comunes «salvo que haya una patología previa», y que la adicción que genera es psicológica y no física (ver nota aparte). Y en los casos más profundos, harán falta varias sesiones de psicoterapia.
Sin consenso.
En Uruguay, el consumo y la tenencia de marihuana (cuando sea una «cantidad razonable», siempre según la opinión de un juez, de acuerdo con la ley 17.016) están permitidos. El comercio y el cultivo, no. Tirios y troyanos coinciden en que esta es una realidad, al menos, incomprensible. Los proyectos legislativos en torno a modificar esta situación, permitiendo el autocultivo, dormirán la siesta hasta 2012. El debate que pendula entre una prohibición total y una legalización ya parece eterno.No hay unanimidad entre los políticos ni entre las organizaciones sociales. Ni siquiera la hay en el seno de la Junta Nacional de Drogas, más allá de la necesidad asumida de debatir el tema. La postura de Héctor Suárez, responsable del OUD, es clara. «Si a mí se me asegura que con una nueva normativa yo no le mejoro a los menores la capacidad de acceso a la marihuana, ahí te lo puedo discutir; si no, discrepo. ¡Las personas mayores que hagan lo que quieran!», señala dejando en claro su muy poca afinidad con una eventual legalización. «Y ya se ve lo que pasa con el alcohol y los menores…», ironiza. En este informe se revela que el alcohol es consumido habitualmente por poco más de la mitad de los liceales.
A Suárez, los argumentos típicos de los activistas, como las contradicciones de la ley vigente o la necesidad de saber la calidad de la marihuana en plaza, están muy lejos de convencerlo. «Dicen que así se sabría qué se consume… ese mismo criterio también sirve para la cocaína, que la rebajan con vidrio molido, ¿por qué vamos a proteger a unos consumidores y desproteger a otros? Entiendo lo del autocultivo y que así se regularía mejor. Pero no podemos ser tan inocentes: ¡si se cultivan 120 es porque se van a comercializar!» Vuelve a poner el énfasis en el estudio: «Los que dicen que hay que legalizar tienen que tener claro cuáles son los problemas en la población adolescente».
Y si a Julio Calzada se le pregunta su opinión, responde que en su Secretaría se maneja el concepto de «regulación» que «no quiere decir legalizar o penar», sino considerar una realidad «ya existente».«En el mercado negro de las drogas, el Estado no tiene ningún poder de control sobre el financiamiento, la comercialización, la venta ni la calidad de la sustancia que está en el mercado. No sabés cuanto THC (tetrahidrocannabinol, el elemento activo de la marihuana) tiene cada cigarrillo». El jerarca afirma que no sólo se debería regular a través de la penalización. «Esta es la única herramienta que ha tenido hasta ahora y que ha demostrado ser ineficaz».
Entonces, ¿qué queda para regular? El secretario general de la Junta Nacional de Drogas, Calzada, responde: «Podría ser el comercio, la producción, la comercialización… ¡pero esto no quiere decir una legalización como con el azúcar!»
¿Antesala a otras drogas?
Que la marihuana provoque adicción psicológica y no física significa, por ejemplo, que no fumarla no generará Síndrome de Abstinencia. «Los deseos de consumir no estarán acompañados de signos corporales», dice el psiquiatra Gabriel Rossi, del Departamento de Adicciones y Tratamiento de la JND. Ahora, si ese individuo sintió una sensación placentera teniendo relaciones sexuales, haciendo deportes o mirando una película estando «de la cabeza», luego podrá resultarle muy difícil cortar ese hábito. Hay quienes necesitan un porro «para encarar» abrir una heladera o mismo salir de casa.El doctor Fredy da Silva le reconoce algunos de sus efectos benéficos a la marihuna: es antiemética (evita náuseas y vómitos en tratamientos con quimioterapia o antirretrovirales), es analgésica, estimulante del apetito y disminuye la presión intraocular en aquellos que sufran glaucoma. Pero al mismo tiempo afirma que, «al igual que el alcohol», el porro está presente en los adictos a cualquier otra sustancia, representando algo así como una puerta de entrada a otras drogas.
Esta afirmación no genera unanimidades en la comunidad médica. Rossi señala que este extremo es muy discutible: «En general, quien consume pasta base ya probó con alcohol y marihuana; ¡pero no todos los que fuman marihuana tienen por qué pasarse a la pasta base!», enfatiza.Este informe indica que en todos los liceales que han experimentado el policonsumo (el 5,1% del total de los estudiantes, o el 30% de los que han consumido una droga ilegal) siempre está presente el porro.
Fuente: www.elpais.com.uy