En una reunión social donde se juntaban parejas de varias
generaciones, el tema eran los hijos. Y en relación a los hijos, de qué
manera poner límites. De qué manera se educa mejor a un hijo; con
límites muy estrictos o con algunos límites. Es un tema más viejo que
el rulero. Pero aunque uno no lo crea, sigue vigente. «Las chicas de los
setenta», salvo excepciones tenemos hijos adultos, hijos que ya no
necesitan de nuestro permiso para su vida cotidiana. Pero me preguntaba qué pasaba con nosotras y nuestros hijos en relación a los permisos.
Había en el ambiente en ese momento una consigna muy psicoanalítica
que indicaba que poner límites era una señal de cariño. Que los chicos necesitaban límites para darse cuenta de que los padres los querían.
Hoy, ya pasados los años, veo a mi alrededor el complicado mecanismo
por el cual a los padres más jóvenes les cuesta decir NO .No se animan
a decirle que no a sus hijos. Les tienen miedo. Les es más cómodo
dejar las cosas como están. Les resulta difícil en medio de tanto
chateo, Ipad , laptop sentarse a conversar.
Nosotras, y en esto van a coincidir muchas chicas de los setenta, hacíamos de la conversación una tarea cotidiana. La charla con nuestros hijos era una gimnasia sin tregua.
Sacábamos cualquier tema como excusa para que ese hijo se comunicara
con nosotros. Muchas hemos pasado horas insistiendo sin lograr respuesta de nuestros vástagos. Pero no abandonábamos. Si los íbamos a buscar al colegio aprovechábamos el trayecto. Si nos sentábamos a comer, en la mesa se hablaba y nadie atendía el teléfono. Nada interrumpía ese
momento sagrado: era la hora de la comida. Hoy los padres chatean
mientras están con sus hijos en la mesa y,- mientras hablan,- atienden
el celular delante de ellos. Si los poníamos en penitencia nos
quedábamos para explicarles las razones. Bancábamos la parada. Me
parece que hoy los hijos están un poco alejados de la mirada y de la
palabra de sus padres. Estos los mandan a estudiar y por supuesto, los
chicos no les obedecen o se distraen. Nosotras estábamos ahí,
siguiéndoles los pasos.
Recuerdo perfectamente que cuando una de mis hijas tuvo que dar examen de ingreso al secundario, pasarnos juntas horas en la mesa de un café repasando geografía. Nos sentábamos largamente para que yo le tomara la lección. Y recuerdo el día en que se puso a llorar furiosa, diciendo que «era la persona más desgraciada del mundo y que me odiaba por el esfuerzo que la obligaba hacer».
Obvio que me angustié. Mis otros hijos me miraban como a una asesina
serial. Ese mismo día llamé a una amiga para pedirle un consejo y
recuerdo como hoy sus palabras: «La educación es algo muy serio para que esté a cargo de una nena de 13 años. Para eso estás vos, hacéte cargo».
Sabias palabras. Hoy mis hijos y yo recordamos con afecto, con humor
aquellos momentos. Y comparto estos temas con «las chicas de los
setenta».
Que entendimos que madre se hace, no se nace.
Por Any Ventura
Fuente: La Nación