El escándalo sobre famosos y poderosos que hicieron trampa para que sus hijos entren a las universidades más prestigiosas reveló un “nuevo” tipo de paternidad.
Los “padres helicóptero”, o sea aquellos que sobrevuelan con ansiedad por encima de sus hijos protegiéndolo en cada decisión fueron el tema de 2018. Pero este año es el de los “padres topadora”. El término hace referencia a aquellos que van por la vida adelante del hijo, allanándoles brutalmente el camino y removiendo cualquier obstáculo que pudieran encontrar.
Obstáculos que incluyen, naturalmente, cualquier potencial fuente de frustración o desencanto. Si bien el término existe desde hace años, que se esté discutiendo en todos los medios se debe a un reciente escándalo que tuvo como protagonistas a un grupo de hombres y mujeres poderosos, principalmente en California.
Estrellas de Hollywood como Felicity Huffman, grandes ejecutivos, cabezas de megaestudios de abogados y presidentes de fundaciones hicieron trampas burdas para que sus hijos entrasen en universidades de prestigio, como Yale y Stanford.
Algunos de los casos muestran cómo, a través de un complejo sistema de coimas, conseguían que otra persona diera los exámenes estandarizados en reemplazo de sus hijos. O que entraran en la plaza reservada para eximios atletas sin serlo. Las historias salieron a la luz de casualidad: a un empresario se lo estaba investigando por otro tema y decidió ofrecer la información de toda esta red a la Justicia para acogerse a los beneficios del arrepentido y obtener reducción de pena. Los detalles que se publicaron de estos más de 50 casos son, literalmente, increíbles. Personas cultas, sofisticadas, comprometidas con causas sociales, que parecían “topadoras” cruzando límites legales y éticos a toda máquina. Por ejemplo, hacían alterar digitalmente fotos de deportistas de elite en acción y reemplazaban sus caras con las de sus hijos en las carpetas que enviaban para ser evaluadas en el proceso de admisión a las universidades.
Pero el tema de los padres topadora empieza desde temprano. The New York Times contó el caso de una joven que abandonó la universidad porque no le gustaba la comida con salsa. Toda su vida sus padres la habían ayudado a evitar la salsa, llamando a la escuela para controlar el menú y a los amigos a cuyas casas iba de visita para evitar que se le mezclara salsa con la comida. En la universidad no supo cómo manejarse con las opciones que le daban -todas cubiertas en salsa- y no pudo seguir adelante.
Julie Lythcott-Haims, quien trabajada como decana de los alumnos de primer año de Stanford, contó que en la universidad veía estudiantes que daban por sentado que sus padres les armarían las salidas con sus nuevos compañeros como habían hecho toda la vida, y que si no conseguían una pasantía deseada simplemente esperaban que los padres llamasen a los empleadores para quejarse y torcer la decisión a su favor. “El tema es preparar a los chicos para el camino y no el camino para los chicos”, dijo la decana.
¿Cómo sigue esta historia? Para los padres involucrados, el tema es cada vez es más complicado. A sus problemas originales con el Departamento de Justicia se suma que inmediatamente después de que saliera la noticia distintos grupos de padres les iniciaron una demanda colectiva por la plaza que consiguieron para sus hijos con trampa y que fue negada a otros. Un argumento común es que un graduado de una universidad Ivy League gana en promedio una cierta cantidad de dinero a lo largo de los años. Un graduado de una universidad menos prestigiosa, gana menos. Los padres con chicos con características que les hubieran permitido aspirar a una Ivy y no entraron porque otros, con trampa, tomaron su lugar, reclaman, ahora, el lucro cesante. Y con mucha furia.
Los padres “helicóptero” seguirán sobrevolando y los padres “topadora” allanando como sea el camino para sus criaturas. Pero las instituciones educativas están viendo cómo ayudar a los alumnos ofreciendo clases para lidiar con el fracaso. En el muy prestigioso Smith College, uno de los cursos más populares se llama “Failing Well” (traducción: “Fracasar bien”). Se busca desestigmatizar el fracaso y a la vez fomentar la resiliencia. Si no cambian las presiones de la sociedad y de las familias, al menos para los alumnos significa la oportunidad de una experiencia de aprendizaje, sin duda académico, pero, sobre todo, de vida.
Fuente: La Nación