Tras media hora sin dar una calada a ese cigarrito que tan bien te sienta -o eso te crees-, tu pulso y tu ritmo cardíaco se empezarán a estabilizar. Si consigues aguantar un día entero sin fumar, lograrás que se reduzcan bastante los niveles de monóxido de carbono en los pulmones, lo que aumentará el oxígeno en la sangre. Además, comenzarás a recuperar el olfato y la comida te sabrá mucho mejor. Tu cuerpo tardará entre tres y cuatro días en eliminar la nicotina -relacionada con la aparición de problemas cardiovasculares- o sus derivados. Sin embargo, otros compuestos presentes en el tabaco, como el alquitrán -responsables de la aparición de cáncer-, se acumulan en los pulmones y tardan años en desaparecer.
A los tres meses, la función pulmonar comenzará a mejorar, disminuirán la tos, la congestión nasal, la fatiga y la sensación de falta de aire. De hecho, todos estos cambios pueden experimentarse incluso a las dos semanas, junto con una mayor elasticidad e hidratación de la piel que se había perdido a causa del tabaquismo.
Incremento de peso
En los primeros meses, la nicotina -que además de ser muy adictiva posee la capacidad de quemar la grasa- desaparece y se aumenta de peso. Este incremento se sitúa entre tres y cinco kilos, aunque varía según la persona. Engordar aparentemente sería un mal menor si se compara con todas las ventajas para la salud que conlleva dejar un hábito tan nocivo, pero es una de las principales barreras psicológicas que han de superar los ex fumadores. La buena noticia es que se controla con gestos como cuidar la alimentación o aumentar la actividad física.
Después de un año, el riesgo de enfermedad cardiovascular disminuye hasta reducirse en un 50%. Tras una década, el riesgo de infarto cerebral es el mismo que el de una persona que nunca ha fumado y el cáncer de pulmón es un 30-50% menor.
Ansiedad
Curiosamente, aunque tu salud te esté agradeciendo a gritos tu cambio de vida, tu mente será presa de esa ansiedad que provoca dejar cualquier costumbre adictiva. ¿Cómo podrás reducirla? Identificando los motivos que le causan estrés (trabajo, tráfico, hijos, negocios) a la vez que las señales sintomáticas de la tensión (dolores de cabeza, nerviosismo o dificultad para dormir). Tras haberlas acotado, habría que buscar ayuda profesional para incorporar las herramientas más eficaces para manejarlas. Cuando la situación de adicción es grave y la necesidad del abandono del hábito perentoria, se pueden prescribir medicamentos como vareniclina o bupropión, pero a veces presentan importantes efectos no deseados.
Ejercicio
En casos de emergencia, la respiración abdominal puede ayudarte a recuperar la calma. Cierra los ojos, inhala por la nariz mientras cuentas hasta tres, hinchando la tripa. A continuación, suelta el aire vaciándola en tres, dos, uno.
Ponte un reto en el que enfocar toda tu energía y consigue distraer a la mente. No tiene por qué ser nada especial. Si no corres, valdría con intentar completar un 5k, por ejemplo. Los hiit (entrenamientos interválicos de alta intensidad) también ayudan mucho porque, al ser un ejercicio anaeróbico se percibe rápidamente una mejora de rendimiento al dejar de fumar. Una experta en pilates, aboga por tomárselo con calma. Dejar de fumar supone ya de por sí una gran exigencia para nuestro organismo, por eso deberíamos focalizarnos en hábitos que no nos supongan un esfuerzo que, en una escala del uno al 10, no deberían superar del seis. Como consejo, buscar una actividad física muy motivacional, algo que apetezca mucho. Disciplinas con mucha implicación de respiración, como el yoga y el pilates, te vendrán fenomenal. La meditación te ayudará a interiorizar por qué dejas de fumar y por qué lo hacías. Merece la pena intentarlo, ¿no?