Adicciones

La década de la lata, el consumo de pasta base en Uruguay

Consumida por 16 mil uruguayos, la pasta base es una presencia que acosa a toda la sociedad. Su impacto en las costumbres y la convivencia son ineludibles.

 
A 10 años de la llegada de la pasta base de cocaína, Uruguay siente sus efectos. De las primeras dosis -detectadas en 2001- a hoy, muchas cosas han cambiado: se incrementaron los delitos contra la propiedad, se desintegró un concepto de familia, creció y se complejizó la población carcelaria y se hizo más profunda la brecha entre distintos barrios y clases sociales, por lo menos en la capital.No todo es culpa de la pasta base, es cierto. De todas maneras, expertos consideran la irrupción de esa droga como un elemento fundamental para entender algunas cuestiones de la sociedad uruguaya.Las razones de su rápida penetración son conocidas: es una droga barata -entre 30 y 50 pesos la dosis- y de la cual es muy difícil salir, por su alto poder adictivo. Esa razón es una de las que maneja Héctor Suárez, director del Observatorio Nacional de Drogas, para creer que el próximo relevamiento de consumo en setiembre arrojará un aumento en la cantidad de consumidores.
«No creo que sea mucho más, aunque algo se notará. Pero ya veremos», dice.Su llegada, además, obligó a generar una red de atención y tratamiento que hoy abarca tres centros regionales en distintos departamentos del país y la capacitación de más de 300 técnicos. Éstos han ocupado lugares en policlínicas, servicios de emergencia y hospitales, con el Portal Amarillo como nodo central de esa red.Uruguay estaba en la peor situación posible cuando llegó la pasta base, cuyo recorrido por el Cono Sur empezó en Chile, siguió hacia Argentina y luego entró al país por Montevideo.
La crisis económica que golpeó en 2002 trajo desocupación y emigración, entre otros males. El clima colectivo era, por decir lo menos, sombrío.La ignorancia sobre sus peligros también la alentó: «Me parece que hubo algo de ingenuidad al principio, no solo del usuario», dice la socióloga Giorgina Garabotto. «También del propio vendedor que la ofrecía cuando alguien llegaba a comprar marihuana o cocaína». Al principio se creía que la pasta base era un subproducto que se obtenía de los descartes de la elaboración de la cocaína. En realidad, y como su nombre lo indica, es un paso previo y más tóxico.Con la pasta base llegaron cambios en la manera de tratar las adicciones. El enfoque de «reducción de daños», que contempla la problemática de las adicciones desde un lugar menos polarizante que quienes abogan por la prohibición o la abstinencia total, tuvo que cambiar de eje.Una adicción a la cocaína, ejemplifica Garabotto, puede ser muy complicada. Pero también puede, en algunos casos, equipararse a la ingesta de alcohol: algo manejable y no problemático. «Un cocainómano puede arrastrar su consumo durante años antes de llegar a una situación límite», dice.
La pasta base es otra cosa. «Con esta droga es muy difícil -por no decir imposible- hablar de consumo no problemático. Si un adicto a la cocaína puede estar hasta cinco o seis años antes de empezar a dar problemas, un consumidor de pasta base hace ese mismo recorrido en unos pocos meses», dice la académica, que publicó junto a otros sociólogos varios estudios sobre los efectos sociales de esta droga.
Es un lugar común decir que entró con la crisis de 2002, pero todos los consultados para este informe afirman en que las primeras dosis se notaron un año antes. «Recuerdo una reunión en una comisión barrial en la cual se hablaba de un muchacho que `le daba a la lata`. No tenía idea de qué estaban hablando», dice Sandra Nedov, la alcalde del municipio D, que abarca barrios como Casavalle y Aires Puros. «Darle la lata» es una expresión que nace de que la droga se consume quemando un recipiente de aluminio.Otro término a los que muchos barrios se tuvieron que acostumbrar: uno de ellos es «boca», el lugar donde se vende la droga. No se sabe con exactitud la cantidad que hay en Montevideo.
Extraoficialmente se habla de la capital como «la ciudad de las mil bocas», aunque fuentes policiales remarcan que lo dinámico de este fenómeno -se cierra una y abre otra, a veces en el mismo lugar- hace imposible determinar la cantidad. «Si fuera por las denuncias, tendríamos que pensar que son muchas más», dice un jerarca policial.Oficialmente, el Ministerio del Interior proporcionó a Qué Pasa el siguiente balance, que refiere a todo el año pasado: 20 operaciones, 15 grupos desarticulados y 163 kilos de pasta base incautada a nivel del gran tráfico, o sea los que proveen a las bocas. En lo que respecta al microtráfico hubo 505 procedimientos contra bocas, 603 personas procesadas y 55 kilos de pasta base incautados.Lo más problemático, añade el oficial consultado, es que la droga llevó a un número muy importante de denuncias que hay que analizar y procesar. «Eso nos quita tiempo. Antes hacíamos buena parte de las tareas de Inteligencia por cuenta propia. Por la pasta base, el volumen de información es tal que el trabajo se multiplicó».
No solo la Policía tuvo que trabajar más. En el Poder Judicial se estima que hasta un 20% de los delitos que llegan a los juzgados se originan en el consumo. El defensor de oficio de adolescentes, Daniel Sayagués, recopila la cantidad de casos que llegan al Juzgado de Menores de Tercer Turno, donde trabaja. Aunque se trata de un registro parcial, el abogado señala que es significativo, ya que por ahí pasa una cuarta parte del total de procesados. «Lo que sí podría afirmarse con seguridad es que los adolescentes procesados por robar (hurtos o rapiñas) para financiar su adicción están entre un 10% y un 20% del total».
De acuerdo a lo que informa Sayagués, funcionarios del Centro de Instrucción Criminal, en donde procesan a los mayores de edad, manejan un porcentaje similar. Uno de cinco casos que llegan a los juzgados vienen con un cuadro de consumo de la droga.BARRIOS. De acuerdo al Observatorio Nacional de Drogas, algo menos de 1% de la población relevada a nivel nacional, admitió haber consumido, unos 16.000 uruguayos. «Pero en barrios de contexto crítico se ha constatado hasta un 10% de consumidores», dice el director del Observatorio, Héctor Suárez.
El supervisor del equipo técnico del Portal Amarillo -institución pública que apoya y atiende a los adictos- Miguel Silva señala otro aspecto del consumo entre los más marginados: la droga copó las redes de organización que los más pobres estaban construyendo inmediatamente después del estallido de la crisis de 2002. «Las incipientes redes de trueque y ayuda mutua que venían creciendo fueron progresivamente colonizadas y desactivadas por nuevas redes de distribución, comercialización y consumo de pasta base», dice. «Hoy es común ver asentamientos de 250 o 300 personas en los que funcionan cuatro o cinco bocas, el eje de subsistencia básico».
La proliferación de bocas en todos los barrios de la ciudad cambió la geografía urbana. Desde los adictos que recorren el centro hasta los aguantaderos que surgieron en baldíos y construcciones abandonadas, donde los consumidores se juntan para fumar la droga y recuperarse. El fantasma de la pasta base cambió el vínculo de las personas con su barrio y muchos achacan la sensación de inseguridad a la llegada de la pasta base a cuyo consumo, y el temor que genera, han tenido que acostumbrarse los barrios más humildes.Pero no solo ellos. Hace 10 años, Rocío Villamil recién se había mudado al Centro. «La llegada de la droga hizo del Centro un barrio sin colores», dice. «Es como si le hubiesen puesto una capucha a la zona. Hasta los olores son distintos. Es un barrio diferente al cual me mudé hace una década». Villamil es vocera de Madres de la Plaza, que aglutina a personas con hijos o allegados adictos a la pasta base.
Lorena González trabaja socialmente desde hace cinco años en Casavalle, los últimos dos en un «Dispositivo territorial», un proyecto de varias instituciones que atienden y apoyan a todo aquel con consumos problemáticos. «Acá se dice que hay más bocas que almacenes. Las bocas son parte del paisaje, como los adictos en las esquinas. Pero esto va más allá de Casavalle. Hoy está en todas partes».La calle es el destino más probable de los adictos. Llegan cuando la situación familiar no da para más. «Más allá de las responsabilidades que tiene la familia, ésta no puede cargar con toda la culpa», dice Villamil y explica por qué, según su visión: «No está preparada para ese consumo. No sabe tratarlo».Una madre que pidió que no se la nombrara dice que su hijo, Francisco, empezó a fumar cuando llegaron las primeras dosis. Aún era adolescente. Las primeras veces fueron con amigos, luego empezó a consumir en la casa y a los pocos meses, ya estaba en situación de calle. Hoy está en la cárcel. «Mi hijo hizo todo el recorrido: calle, Portal Amarillo, clínicas de rehabilitación privadas y ahora cárcel. Empezó a robar para conseguir la droga. Hasta que lo atraparon», dice.
Un policía experto en crimen organizado, que prefirió el anonimato, relata que el consumidor típico no es violento. El adicto hurta y arrebata, pero rara vez realiza una rapiña, explica. Un arma para rapiñar se puede vender para conseguir más droga. «En definitiva, eso es lo único que le importa al pastabasero», dice. Lo que sí ocurre, agrega el policía, es que con tantas bocas se dan incidentes entre proveedores. «Esa violencia puede derramarse, salir del círculo de vendedores. Ahí hay un riesgo».
La presencia de la pasta base ha cambiado, eso sí, la situación de la cárceles. El comisionado parlamentario Álvaro Garcé señala cuatro establecimientos como particularmente afectados por el consumo de la droga: Libertad, Comcar, la cárcel de Canelones y Cabildo. En esos lugares, la droga alteró todos los esquemas: «Con alguna variación, allí un 75% de los reclusos consume», dice.Ese consumo es un riesgo sanitario y también físico. La madre de Francisco se vio obligada, dice, a no seguir financiando el consumo de su hijo en la cárcel, a pesar de las amenazas de golpizas de sus acreedores. Un ex preso por tráfico de marihuana contó a Qué Pasa que hay que hacer alianzas: «Muchos, para poder dormir tienen que tener una `campana` al lado, para avisarle por si vienen de noche a `cobrar` la deuda». Esa situación le resulta muy familiar a Garcé: «Buena parte de los incidentes violentos en estas cárceles tienen que ver con el consumo de pasta base».
Para el comisionado, será poco probable que esto se resuelva mientras siga sin reglamentarse la ley que establece la revisión obligatoria de todos los que entran y salen de las cárceles. Y serán más efectivas las medidas terapéuticas y no las represivas para recuperar del consumo a aquellos que hoy están dominados por la sustancia.FUTURO. Los próximos 10 años puede seguir estando marcados por la influencia de la pasta base, aunque hay quienes vislumbran que la expansión se dará a un ritmo más lento.
Desde la Policía, por ejemplo, ya se ven señales de la pérdida de importancia de esta droga. Las razones para ese cambio no tienen tanto que ver con las campañas de difusión sobre los peligros de la sustancia o la represión. Más bien, habría razones sociales y económicas. «La pasta base, ¿qué es? Básicamente, una droga de pobres (ver recuadro). Hoy estamos en otro Uruguay, no es el mismo país que en 2002», dice un oficial de Jefatura. «Ya no es la vedette, como lo fue de 2004 a 2008».Con un mayor poder adquisitivo -y una expectativa de un futuro mejor que la que imperaba hace 10 años- el consumidor busca mejores «productos». Por esa razón, continúa, comienza a aumentar la demanda de cocaína y disminuir la de pasta base. Además, dice el oficial, hay un tema de imagen pública: luego de 10 años de asociaciones con la indigencia, habría quienes pasan de la PBC para consumir una droga que dé más status.
Más allá de las fluctuaciones que dependan, por ejede la imagen social, del consumidor, Giorgina Garabotto opina que dejamos de ser ingenuos y noveleros. «Hoy, es más improbable que alguien que consume drogas quiera `probar` a ver cómo es la pasta base. Se es mucho más consciente y hoy el consumidor experimentado pasa de esta droga», dice. Aunque puede ser difícil la recuperación de aquellos que llevan años con la pasta base como combustible, uno de los caminos que trabajadores sociales y expertos señalan es el de la actividad alternativa.Leandro fue consumidor y hoy trabaja en el Dispositivo Territorial de Casavalle. «A mí me sirvió hacer un curso para ser animador infantil que duró cuatro meses. Tener algo que hacer todos los días te ayuda a encarar», dice. Leandro menciona también la recientemente construida cancha de básquetbol -hecha por los vecinos de la zona, trabajo que insumió un año- en San Martín y Bertani como una de esas alternativas, una manera de juntarse entre jóvenes para hacer algo.
En estos 10 años, Uruguay ha vivido una gran cantidad de cambios. Y en muchos de ellos ha tenido que ver la pasta base. Ahora se trata de ver cómo se sale.

Uno de diez pide ayuda para salir

Se estima que solo uno de cada 10 consumidores de pasta base pide ayuda para dejarla. Hasta 2006, se manejaba la cifra de 16.000 personas que admitían haber consumido, aunque la sub-estimación ya está incorporada a la metodología de relevamiento: todos dicen que el número de consumidores es mayor. A su vez, el porcentaje de usuarios que logra reinsertarse no supera hasta ahora el 30%.

La extensión territorial

En mayo de 2009, se cerró la primera boca de venta de pasta base en Florida. Desde entonces las autoridades ya sospechaban de su existencia por el cambio en la modalidad de delitos más violentos en Florida. «Eso es algo que antes de la droga no existía», reconocieron a El País, varios uniformados. Como era previsible, la droga llegó de Montevideo. En aquella oportunidad dos personas fueron apresadas con 30 dosis de pasta base y enviadas a prisión. Hubo otros cuatro procedimientos vinculados a la pasta base, pero no específicamente a bocas.»Hoy se sabe que hay mucha pasta en la calle y toda está acá», dice en el complejo de viviendas del PIAI, Walter William Silva Álvarez, de 52 años, quien tiene a su hijo Ezequiel, de 16, internado en el Inau hace dos semanas. «En este barrio hay cuatro bocas. Ya dejé sentado todo eso en la justicia y la policía. Están vigilando, tratan de controlarlo, pero no las han podido cerrar y esto se agrava cada día más».

Una encuesta realizada en la zona por la Junta de Drogas de Florida en abril de 2010, daba cuenta de la presencia de este estupefaciente. En el ítem «dificultad para conseguir diferentes drogas en Florida», uno de los datos más interesantes «es que la sustancia denominada `pasta base` es mencionada por un 45,2% de los encuestados y un 46,6% respectivamente, como de fácil acceso».

Además, «un 13,7% opina que en niños la pasta es consumida por debajo de la marihuana, que alcanza el 9,6%». El estudio fue realizado por el sociólogo Dante Steffano. Los barrios Piedra Alta, La Calera y fundamentalmente Prado Español, han sido, hasta ahora, los más afectados por la droga.

Fuente: www.elpais.com.uy

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *